Hay profesiones que exigen un alto grado de empatía. O quizá debería de escribir que hay artistas con un nivel de percepción tan sutil que son capaces de ver la realidad en su constante y múltiple representación. O a lo mejor se trata de filósofos/as que, ignorando que lo son, expresan sus pensamientos a través de actos estéticos. Creo que las personas que se dedican al diseño gráfico pertenecen a alguno de estos tres grupos, o quizás a todos ellos y a alguno más que soy incapaz de suponer. Y, sin lugar a dudas, quienes se aventuran a crear los logos de las “marcas personales” se mueven en el enigma (¿cómo logran representar a alguien en un símbolo?), el diálogo que su cliente establece con ellos/as me parece un juego poético y el resultado… una transmutación, la expresión metafórica de una escucha atenta que además de bello ha de ser efectivo, inteligible y funcional. La cuadratura del círculo. Creo si esta labor hubiera existido cuando María Zambrano desarrolló su concepto de “razón-poética”, la filósofa y poeta la hubiera incorporado en sus reflexiones.
Cuando me dijeron que el primer paso necesario para crear mi web era diseñar mi logo, no imaginaba en qué vericuetos identitarios me metía. ¿Qué aspectos de mi personalidad consideraba que constituían la identidad de lo que yo hago? ¿En qué consiste la labor de una narradora y concretamente de una “narradora con delicadeza”?¿Cómo transmitir todas estas reflexiones, intuiciones, explicaciones, a quien va a crear ese milagroso logo/espejo/resúmen/alter ego?
A fuerza de respuestas, dudas y nuevos interrogantes emprendí un camino que, por su intensidad, tuve que hacer en dos tramos y con diferentes compañías.
La primera resultó ser mi sparring. A base de decirle “no, no es eso”, fui desbrozando el territorio de posibilidades. Fue tal su implicación, estuvimos tantos meses debatiendo, que me costó asumir que no sería con él con quien terminaría la aventura. Fue generoso hasta el final, convirtiendo la despedida en un humus fértil en el que crecieron nuevos frutos.
El escritor y periodista Ryszard Kapuscinski defendía que no era posible un buen reportaje sin que su autor/a hubiera compartido varios cafés con los protagonistas del suceso. En esta ocasión no era la narradora sino una retratada en busca de alguien con quien ya me hubiera tomado esos cafés, alguien cuya obra como artista me emocionara y, sobre todo, con quien tuviera una afinidad poética y un vocabulario común con palabras imprescindibles como noviolencia o frugalidad, es decir, una persona con la que no hicieran falta demasiadas explicaciones y a quien pudiera decir: “de toda la que conoces, quiero representar estos rasgos que definen mi labor”.
Me paré. Escuché a mis vísceras. Esa persona no sólo existía sino que formaba parte de un círculo relativamente cercano. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?: Había hecho una campaña política a través de redes en su tierra de origen, Cerdeña, que me entusiasmó. Giraba en torno a la palabra “No”, un concepto que a medida que avanzaba el proceso político iba desarrollando con sentido del humor, elegancia e imaginación. ¿Por qué no preguntarle? Al fin y al cabo ya sabía, gracias a mi diseñador-sparring, que mis iniciales eran la clave del futuro logo. Le envié un documento con las imágenes que me gustaban de su trabajo, los conceptos que quería expresar, el diseño del que me quería alejar y la gama de colores.
No hizo falta tomar cafés, entre otras razones porque yo viajaba, él también. El primer acuerdo fue que sería un logo geométrico. El segundo que el resultado tendería al cuadrado. La alegre delicadeza respiraba en nuestros oídos pero no se dejaba atrapar.
Un ala de mariposa, un molinillo de viento, el pétalo de una flor, son elementos que se representan a sí mismos. Puedo identificarme con una espiga mecida por el viento, el piar de un ave o una gota de rocío pero cuando asisto al proceso narrativo de una persona, cuando escucho un lugar y lo describo, cuando atiendo a un relato con la intención de deshacer lo tóxico que en él pudiera encontrar, pongo en juego mi mente, cuerpo, emoción, experiencia de vida. El cómo es tan importante como el qué. La delicadeza es una actitud.
Llegó el día, tras una suma de azares necesaria, en la que ella, al fin, se hizo presente. Y él me envió un mail:
“Hola Martha
Esta mañana he recibido un cuenco
y lo he puesto encima del símbolo
primero como si fuera un pequeño altar,
Ahora se ve un pequeño altar con un cuenco
pero también dos figuras fundidas en un abrazo.
Al menos para mí.
He añadido tu nombre
con toda claridad y sencillez.
Ya me dirás
cómo lo percibes.
Es sobrio, pero no frío.
¡Ciao!”
Stefano Puddu Crespellani, artista, diseñador gráfico y más, había alcanzado el Eureka.