Las personas nómadas llevan su hogar encima. Suele consistir en un hatillo breve en el que llevan lo imprescindible, que viene a ser una suma de lo útil y lo íntimo. Después de mucho transitar sé que en él no sólo llevamos objetos sino aquello que nos apuntala a la vida, quizá un aroma, una textura, una dirección… Yo llevo palabras, elegidas porque me alimentan, me dan calor en noches desarropadas, iluminan los paisajes más aciagos, indican dónde está el norte con suma precisión y, sobre todo, me ayudan a ver más, a desentrañar lo más inhóspito.
Hace algo más de un año decidí reunirlas en un “Diccionario tierno para personas viajeras”. Es decir, además de hacer lo de siempre (elegir las palabras para el siguiente viaje, deleitarme con ellas y arrancar el camino) empecé a compartirlas con otros seres nómadas y, quizás, intercambiar musas, conceptos, nubes y claros. Una de las vías que utilicé fue mi fanpage de Facebook, porque es un lugar en el que me encuentro con seres que no conozco y que viven en otros entornos, países, universos. Esta decisión supuso hacer algo más que sonreír a palabras como susurro, luna, empatía o canturrear, implicaba pronunciarlas, expresar la razón por la que era una imprescindible compañera de viaje y lanzarlas al mar virtual en esa botella que llamamos post.
Esta vez voy un poquito más allá: quiero cultivarlas en mi delicado jardín, este por el que ahora paseas. La decisión la tomo al terminar mi etapa náutica (no sé si sabes que vivo en un barco al menos 4 meses del año), el último día a bordo del velero GoOn, bajo el ulular de las jarcias y un cielo abrumado. A unas millas de aquí, las justas como para poder abandonar el barco y subirnos a un ferry hacia Atenas y al mismo tiempo no saber si será posible salir del puerto hasta que llegue la hora de la partida, el huracán Zorba destroza puertos del Peloponeso en los que estuvimos amarrados en junio. El cambio climático no es una teoría para las gentes de mar.
No te extrañará que haya elegido la palabra VIENTO. Será la primera palabra que siembre en este espacio. La incorporó en mi maleta por varias razones. Esta fuerza de la naturaleza es dulce cuando quiere, germinadora en su contacto con flores y semilllas, lecho de aves, aleteadora de barcos y devastadora cuando llega el momento, pero si la elijo es por su condición de invisible e intangible, características que constituyen la materia creativa. Las personas que narramos trabajamos con aquello tan invisible e intangible que no tiene nombre pero aún así, percibimos.
VIENTO es una palabra tierna no por lo que produce sino por la atención que nos exige a quienes viajamos en constante diálogo con el entorno, no sólo constituido por los acontecimientos humanos. Nos toca, nos revuelve el pelo, nos abre los pulmones, nos hermana con los árboles en días agitados y frena nuestro paso y nuestro pensamiento cuando tenemos el cielo por techo. La elijo porque es fiel compañero y despiadado si no se le escucha, de él han aprendido anacoretas, pastores, navegantes solitarios, bereberes…, cimbrea y tumba a ricos y pobres, aunque sea cierto que hay más pobres muertos en sus brazos.
En los últimos cuatro meses, como desde hace diez años, ha sido mi referente. No es al mar al que tememos los navegantes sino al diálogo que éste mantiene con el viento. Y el viento es viento hasta el último instante. Aún hace bramar a nuestro velero, a pesar de estar apuntalado en tierra, y nos obliga a alzar la vista preguntándonos por nuestro destino. No hay más lección de humildad que las que imparten sus bufidos. Tiembla el GoOn con nosotros dentro, recordándonos que de nada valen los calendarios ni las promesas ni las previsiones con las que apuntalamos el presente, cada vez más preso de nuestros miedos. Hasta el último día él marca nuestra agenda, nuestra ruta, nuestros descansos, nuestro lugar de residencia, nuestras compañías… y hay algo en ello que me hace sonreír: lo invisible e intangible ha condicionado nuestros diálogos y monólogos, nos ha acunado o ensordecido, me ha hecho mirar la muerte y me ha lanzado a los brazos del éxtasis.
El VIENTO, que por ser invisible e intangible va en contra de los pilares de nuestra cultura y más concretamente la neoliberal, expresa con claridad los estragos de nuestro comportamiento tóxico. En la más cruel de sus manifestaciones, se alía con incendios, sequías, tsunamis, galernas…, crea infiernos propios (trombas marinas, tornados, tifones, ciclones y huracanes), para recordarnos que con un mar a 30 grados no es posible un diálogo saludable. He nadado en aguas así entre Creta y Rodas, no es un cálculo científico.
Al huracán que parece haberse instalado entre Sicilia y el Peloponeso lo definen como “un ciclón con características tropicales en el Mediterráneo”, es decir, fuera de lugar, por eso nadie sabe cómo actuará. Las voces de la ciencia coinciden en asegurar que se debe al aumento de la temperatura del mar, es decir, al efecto invernadero causado por el exceso de CO2 y metano, la deforestación, el uso de combustibles fósiles, el modelo de urbanismo… lo que provoca la pérdida de hielo en los glaciares, cambios en el patrón de las precipitaciones, incendios, desertificación…
Una de las principales actividades de quien vive en el mar es encontrar refugio. En ocasiones sólo lo encuentras en tus estrategias de supervivencia, encontrar un muerto fiable, un motor encendido que ayude a tu fondeo, descentra las velas… pero si hay un elemento humilde, sencillo, capaz de mirar la ira con cierta dignidad es un ancla. En la foto que acompaña este texto permanece a los pies del GoOn, desligada de la nave a la que protegió en medio de la noche y le garantizó un lugar en medio de la belleza.
Ahora toca ser viento en el viento.