Esta es la segunda ocasión en la que doy una conferencia en la feria de productos ecológicos y consumo responsable más importante del estado español, Biocultura. La primera fue hace dos años, en la que se organiza en Barcelona. Esta vez toca en Madrid. De los cientos de conferenciantes y expositores que acuden a esta cita sigo siendo la única persona que considera que existe una ecología del lenguaje a la que hay que prestar atención.
Defiendo que nuestra forma de expresarnos y de percibir la información que nos llega en el siglo XXI es fácil que sea tóxica y, sin lugar a dudas, puede “contaminar” los vínculos que establecemos con la vida, no sólo de manera particular sino también colectiva. “Cada palabra”, escribió Jean-Paul Sartre, “produce un eco. Igual hace cada silencio”, las tecnologías multiplican este efecto. Permiten que nuestros contactos con la realidad se basen cada vez más en los relatos que nos llegan de ella y no en lo que abiertamente experimentamos y esto puede ser beneficioso (amplía nuestros círculos y saberes a espacios no condicionados por la proximidad) o, por el contrario, separarnos del discurso que “producimos” y sus consecuencias. Las expresiones lingüísticas repercuten en las formas de vida. Sabemos que lo que leemos, escuchamos, vemos en la televisión, en las redes, etc moldea nuestras decisiones, pero se nos olvida que también moldea nuestras mentes.
Nuestro universo afectivo está lleno de likes, relaciones virtuales, formación en red, compra de productos sin necesidad de moverte de la silla, consumo de datos que no pertenecen a tu entorno habitual y que sin embargo pueden formar parte de tu vida cotidiana. La conversación sigue siendo la base de nuestra orientación en el mundo, pero aquello que sucedía en la esquina, en la tienda, en el comedor de casa… hoy está siendo sustituido por conversaciones sin tacto ni olor, nuestros vínculos con los objetos/sujetos (“lo otro”) está mediado por lo que nos ofrecen las tecnologías: un chat para ligar, un WhatsApp para debatir, un post para relacionarte, una fotografía para mostrar tu universo… Aunque es posible que cada vez escribamos menos textos largos y leamos menos libros, este es el tiempo en el que más interactuamos a través del lenguaje.
¿Eres consciente de todo lo que transmites de forma cotidiana y de toda la información que digieres? ¿Te has parado a pensar en la “calidad” de esa información? ¿Hasta qué punto has sustituido muchas palabras por likes o emoticonos o casillas basadas en el sí/no? ¿Cuáles son las palabras que más usas? ¿Te has dado cuenta de su naturaleza? ¿Son beligerantes? ¿estereotipadas? ¿te preguntas por su belleza? ¿su armonía?
La semana pasada se subieron al catamarán solar de WWF niñas y niños de 11/12 años. Era una actividad extra escolar en la que iban a aprender de cerca cómo es el increíble universo de las anguilas: su modo de vida, la pesca, la conservación, etc. La mayoría de ellos no habían subido a un barco en su vida. Se subieron a nuestra plataforma tranquila y lentamente paseamos por el Mar Menor en busca de un lugar donde liberaran a las anguilas “anilladas”. Cuando les preguntábamos qué tal estaban, muchos de ellos, con cara de sorpresa, excitación, curiosidad… decían tener “miedo”. Era la única palabra con la que se les ocurría expresar su emoción ante una experiencia nueva y muy alejada de su vida cotidiana. No sabían encontrar otra palabra que expresara esta inquietud. Mi intención en cada una de las salidas fue hacerles entender que quizás no era miedo la expresión más adecuada. Hacía que las compararan con otras situaciones similares (en el parque de atracciones, por ejemplo) y proponía otros términos: “sorprendente”, “desconocida”, “curiosa”, “diferente”, “vertiginosa”…
Es curioso que en el terreno del lenguaje el exceso se combine con la escasez. El exceso es un concepto que en sí mismo es poco sostenible y ha llevado al planeta a una situación límite, pues los consumidores suelen creer que el bien que desean es escaso y necesitan poseerlo. Creo que revertir este proceso no pasa sólo por la mente. Creo que la emoción y las sensaciones pueden ser buenos aliados para comunicarnos de manera saludable, no tóxica. Por eso, lo que propondré el próximo viernes, 2 de noviembre, en Biocultura es que las personas que acudan a la conferencia aprendan a hacer presente al cuerpo y sus sentidos en su proceso de comunicación, pues esto facilitará que se expresen de manera consciente, respetuosa y vital.
Si el universo virtual elimina la presencia, si nos aleja de la experiencia de los sentidos, de la información que procede del tacto, del oído, del olfato, si vivimos muchas vidas gracias a las nuevas tecnologías en detrimento de la propia, podemos hacer que nuestros vínculos virtuales sean más saludables cuidando nuestro lenguaje y nuestra forma de acercarnos a él. Tener los sentidos “despiertos” permite percibir más, tomarte el tiempo necesario, tomar conciencia de tu lugar y, por tanto, de tu propia existencia y esto cambia el nivel de implicación con lo que dices, con las palabras que eliges. Si ya sabemos que la actitud corporal determina lo que los demás reciben de tí, haré, a través del juego, que experimenten hasta qué punto también influye en su pensamiento y en cómo lo expresan.