¿Cuándo fue la última vez que jugaste?

Por supuesto, no me refiero a los juegos de azar, sino a tomarte un tiempo para revertir el orden del mundo habitual, con sus normas y su lógica para inventarte otro: hacer algo a la pata coja, que tu objetivo sea no ser visto, disfrazarte, adivinar, construir castillos con arena, encaramarte en un árbol ¡vamos, lo que hacíamos con naturalidad en nuestra infancia!

Jugar nos invita a buscar nuestras propias soluciones, a relacionarnos con los demás de otro modo, a usar la imaginación, correr riesgos, preguntarnos, ampliar nuestros recursos… es decir, el juego es un camino de conocimiento que permite no sólo aprender sino disfrutar durante el proceso. Pues bien, vuelvo a plantearte la pregunta ¿Sigues jugando? ¿Con qué frecuencia? ¿Cuándo fue la última vez que jugaste? O quizás debiera preguntarte cuándo dejaste de hacer esto. Es decir, cuando dejaste de aprender y disfrutar haciéndolo. Es bastante fácil que a medida que somos adultos dejemos de jugar para pasar a formar parte de un único juego: alcanzar el éxito en tus acciones dentro de la sociedad. Y, quizá porque sea el único juego válido, olvidamos su naturaleza lúdica y sin darnos cuenta sustituimos el conocimiento por el adiestramiento.

Uno de los elementos más irreverentes del juego es que sucede en un tiempo y espacio concreto, es decir quienes juegan no pueden permanecer siempre en ese “otro modo” que sucede en la vida corriente, lo que obliga a cuestionar esa vida de referencia. Es decir, los participantes se plantean de forma intuitiva e inconsciente los grandes planteamientos de la metafísica, más allá de la toma de decisiones que implica participar en un juego. Por ejemplo: si todo puede ser un juego, no hay nada verdaderamente serio, y si nada es serio, todo es serio: el drama/la tragedia llaman a nuestras puertas antes o después y en ambos lados, en el drama y en la comedia pueden situarse los bloqueos, las inseguridades, las deudas que acumulamos…

Simplemente el hecho de llevar nuestros conflictos de un ámbito narrativo a otro (tragedia/comedia) liberamos toxinas, lo tengo comprobado.

Por estas razones de base reivindico que los adultos necesitamos jugar para seguir aprendiendo y para cambiar nuestro paso por este planeta, algo que desde la asunción de la delicadeza creo que termina siendo inevitable. Por eso, lo primero que hago al empezar mis talleres es jugar a algo sencillo, no sólo para olvidarnos de ese orden del mundo en el que andamos presos/as sino para volver al cuerpo, al aquí y al ahora que éste exige, activarlo y darle unas “órdenes” que no son las habituales, incitando de este modo a la imaginación a que venga a socorrernos y haga lo que sabe: buscar salidas que proporcionen nuevas soluciones ante situaciones que no esperábamos. Y, además, como regalo, suele ir acompañado de la sonrisa, la risa, la levedad, la relación divertida, amable y acogedora con el mundo.

Una vez acariciados/as por el espíritu del logos ludens, las tesis que se ofrezcan en el taller podrán ser sometidas no sólo al juicio racional, sino a la interpretación irreverente y jocosa, la búsqueda de respuestas imaginativas y, todo ello, por tanto, potencie el discurso, la reflexión y la asimilación de lo que ese día se esté tratando. Por ejemplo, esta semana arranco uno de mis acompañamientos individuales. Nuestro objetivo es potenciar la oratoria de quien acude a mi. Pues bien, la primera parte de la clase girará en torno al saludo. ¿Os habéis dado cuenta que hay humoristas que entran en el escenario y antes de que abran la boca el público ya se está riendo? En pocos segundos han logrado su objetivo. Es evidente que se trata de una predisposición, quien va a verle actuar ya sabe que les hará reír, pero no sucede con todos los humoristas. A mí me recuerda a esa risa nerviosa que te entra cuando alguien se acerca a hacerte cosquillas y antes de que te toque ya estás revolviéndote.

Mi propuesta es que el orador o la oradora ha de llegar a su charla o conferencia ya aplaudido y reído de casa. Tiene que ver con lo que se conoce como “actitud” pero va más allá porque es una “actitud aplicada” a lo que se va a hacer: impartir el conocimiento si se trata de enseñanza, dar información de forma atractiva si se trata de una tertulia, atraer la atención hacia las tesis que está exponiendo si se trata de un mitin político… Si llegas aplaudido de casa, no necesitarás gustar a la audiencia, lo que querrás es que reciban lo que les otorgas, porque ya el aplauso lo llevas puesto. Si llegas reído de casa, toda tu musculatura facial estará relajada, algo importante a la hora de utilizar los recursos de la comunicación oral (entonación, dicción, etc) y, además, te permitirá ser más ágil en la interactuación con quienes te están escuchando.

Ah, sí, por supuesto, la teoría ayuda, te da foco, ilumina tu camino pero… pero… ¡si experimentas esta certeza a través del juego, reconocerás lo que te sucede con más facilidad!

P.D. En la fotografía, manos usadas como lienzos por la artista Svetlana Kolosova. El juego de pintarse las manos, como punto de partida, puede alcanzar el valor de una obra artística.