Una vez más confirmo que las personas que acuden a mis talleres son mis maestras. Ellas acuden para beber de mi conocimiento y yo, al ver cómo lo hacen, en sus dudas y sus certezas, en sus modos, en lo que cuentan abiertamente o entre líneas, aprendo grandes lecciones. Hace tres días volvió a suceder. La experta en Marca Personal, María Gómez, me invitó a dar una masterclass a las profesionales que acuden a su programa. La propuesta era lograr que salieran del encuentro con su “bio” redactada de manera eficiente y al mismo tiempo verdadera y cálida. Han pasado ya tres días y sigo dando vueltas a una certeza: la mayor traba para nuestra forma de narrar el mundo son nuestros monólogos.
En el momento en el que les transmití que aquella “bio” era el principio de un diálogo, desde el instante en el que les recordé que narrar con delicadeza supone aceptar que toda narración es el principio de una conversación, su relato empezó a tomar naturalmente la forma que cada una de ellas necesitaban. Aquella simple toma de conciencia facilitó el desbloqueo. Antes de sentarte delante del ordenador a escribir aquello que te importa, recuerda que al otro lado de ese texto hay un “otro” que no sólo es receptor de tu historia, una caja en la que queda depositado el relato, sino que es un ser humano que va a ofrecer una respuesta, de un modo u otro, aunque tú no las recibas claramente. El sólo hecho de acoger esta realidad cambia nuestra forma de narrar, nos separa de ese ruido de pensamientos que nos acompaña constantemente y que se multiplica cuando hacemos la introspección necesaria para poder crear un relato y nos ayuda a que no se convierta en un monólogo.
El vértigo de quien narra es precisamente no saber qué tipo de respuesta generará en quienes se acerquen a su relato, pero no por eso se ha de negar que no habrá respuesta. Recuerda qué te sucede cuando tú eres la lectora, cuando llega a tí una historia, en forma de texto o de película o en el formato que sea: siempre hay un instante en el que te surge una pregunta, resuena en tu corazón o en tu cabeza alguna idea o emoción, frunces el ceño, ríes, te estremeces, te molesta o simplemente asientes y continúas el camino. Cuando leemos un texto, cuando le prestamos una mínima atención, su presencia detiene el discurrir de nuestro pensamiento y a partir de ahí comienza una conversación más o menos corta, intensa, profunda o como sea, pero siempre un intercambio. Otra cosa es que el receptor pueda o quiera hacer evidente su respuesta. De hecho, puede que ni siquiera desee ser consciente de que está dialogando con su autor/a.
Las personas que les interesa narrar con delicadeza sustituyen, de forma inevitable, ese vértigo que genera el no saber, por la actitud de la escucha atenta. Es cierto que puede parecer que la “escucha atenta” es una labor que está exclusivamente en manos del receptor, pero no es cierto. Es más, asumir este principio como verdadero (la escucha atenta es una opción del otro) nos invalida y resta posibilidades para que exista un diálogo saludable. Del mismo modo en que los/as autores/as de un texto puede que no tengan acceso claro a la respuesta de quien lo recibe, en el sentido contrario también existe esta incertidumbre. Se nos olvida que somos quienes narramos las personas que iniciamos ese diálogo, de modo que la escucha atenta se ha de producir en primer lugar en nuestro “lado”, como emisores/as abiertos/as al encuentro con el otro.
Narrar con delicadeza entiende que existe un “decir” que incorpora la escucha atenta; parte de la consciencia de saber que quien narra está inmerso/a en un diálogo incierto y que, aunque no pueda escuchar la otra voz ha de asumir que existe. ¿Cuántas escritores/as de siglos pretéritos nos acompañan gracias a aquellos textos que escribieron y que forman parte de nuestra vida, con los que nos edificamos, crecemos, nos preguntamos por la vida? Estas personas de referencia nos recuerdan que siempre que lanzamos una historia y alguien la recibe comienza un diálogo y, casi siempre, entre desconocidos. Quienes quieren impregnar sus narraciones de delicadeza, antes de escribir la primera línea adoptan la actitud de escucha atenta, lo que facilita que su narración no sea en esencia un monólogo.
En esa actitud caben todo tipo de intenciones. Si entregas un texto con intención desafiante es bastante fácil que la respuesta, activa o pasiva, sorda o sonora, sea también un desafío. Dentro de esta situación también existen todo tipo de maneras, se puede ser elegante, retador, frío.… En combinación de intención y modos es posible llevar el diálogo al rincón de la disputa, donde son posibles las victorias y las derrotas dialécticas, las heridas y los desconsuelos también.
Esta misma semana la magia de las redes me regaló una cita de la escritora Úrsula K. Le Guin que sigue el mismo sendero: “Una historia es una colaboración entre el narrador y el público, entre el escritor y el lector. La narrativa no solo es fabulación sino confabulación”.
La historia, en realidad, “sucede” entre quienes la comparten y adquiere una nueva dimensión y nuevos sentidos. En este suceso dialogante quien abra sus sentidos para practicar la escucha atenta probablemente se asombre más y facilite la presencia de la delicadeza en su vida.