El arte de escribir a cuatro manos

El diálogo es una herramienta bien engrasada en filosofía. Preguntarse por el mundo en voz alta y compartir dudas e intuiciones hasta moldear una certeza, es un camino de conocimiento que permite llegar a conclusiones que en solitario no hubieran sido posibles. Dice el refrán que cuatro ojos ven más que dos y creo que es absolutamente cierto cuando se trata de discernir, dos mentes en diálogo suelen “ver más”. Para que un diálogo exista y se produzca de manera saludable es necesario que las partes que se implican en él se reconozcan como interlocutoras válidas. Este es un principio básico para que fructifique, por ejemplo, una mesa de negociación, ningún debate lleva a buen fin si las partes no reconocen la valía de la persona con la que comparten mesa. Si no ocurriera así, cada vez que alguien tomara la palabra estaría dando una clase, un discurso, un monólogo… o imponiendo un argumento en quien le escucha. Para compartir el asombro (punto de partida del conocimiento) es necesario que el intercambio fluya, retroalimente a ambas partes e ilumine esa parte del mundo que se pretende vislumbrar. El resultado del diálogo tendrá algo de encarnación, será una creación casi biológica, porque en su proceso dos imaginarios, dos mentes, dos pálpitos, se han fertilizado.

El concepto de autoría que se impone en el mundo de la creación artística desgaja este intercambio con clasificaciones a veces difíciles de sostener. Dentro de lo que yo conozco, el mundo del cine es la única industria que reconoce que una película es el resultado de un trabajo en equipo, desgajado, pero en equipo. La creatividad de cada parte encuentra su cajón adecuado, lo que facilita el reconocimiento de ciertos trabajos/autorías (desde el maquillaje al vestuario pasando por la música, la dirección de fotografía, el guión…) en los festivales, aunque al final la película se considere que es obra de un/a director/a, a quien se le otorga un tipo de poder que los habituales análisis sobre el poder pasan de largo. Hay directores/as que para ejercer su poder imponen su criterio, los/as hay que consiguen que el deseo/saber de las partes confluyan en su idea, existen también quienes incorporan el saber/poder/placer de sus compañeros/as de trabajo para llevar a mejor fin la película… En el mundo de la música los instrumentistas desaparecen para convertirse en piezas a las órdenes de una única figura: la persona que los dirige.

El mundo de la creación artística parece forzado al onanismo, por mucho que su proceso creativo no lo sea. En el terreno de la escritura, la crítica especializada ha tendido a despreciar la escritura en colaboración, por mucho que la historia haya ofrecido dúos brillantes y prolíficos. De hecho, han sido tantas las asociaciones entre pensadores (Deleuze y Guattari, Michael Hardt y Antonio Negri, Theodor Adorno y Max Horkheimer, Fernández Liria y Alegre Zahonero, Gianno Vattino y Richard Rorty…) que la lista se hace casi inabarcable, siendo el ejemplo más célebre el de Karl Marx y Friedrich Engels. Dentro de los géneros, es la novela policiaca y de misterio la que ha proporcionado las colaboraciones más destacables (Pierre Boileau y Thomas Narcejac, Maj Sjöwall y Per Wahlöö, Preston y Childe, Alexander y Alexandra Ahndoril —Lars Kepler—, Del Toro y Hogan, el subcomandante Marcos y Paco Ignacio Taibo II). En la ciencia ficción han existido dúos especialmente fructíferos, como los formados por Larry Niven y Jerry Pornuelle, o Frederick Pohl y Cyril M. Kornbluth. Dentro de la narrativa histórica, la colaboración más destacable puede que sea una que durante mucho tiempo no lo fue oficialmente: la de Alejandro Dumas y Auguste Maquet. Fuera de las categorías destaco a Kerouak y Borroughs, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, A. G. Porta y Roberto Bolaño…

Todos estos nombres hacen evidente que la escritura a cuatro manos no sólo es posible sino que es fructífera. Entonces ¿por qué genera tanto asombro? ¿Por qué el sector sigue siendo renuente a aceptar los textos a cuatro manos?

Mi trayectoria como ensayista está marcada por la escritura a cuatro manos, a mi relación creativa durante casi 20 años con Nazanín Armaniam en el terreno del análisis sociopolítico sobre Oriente Medio, he sumado una segunda relación creativa con Analía Iglesias en cuestiones vinculadas con el universo sexoafectivo. En ambos casos la mirada “de género” atraviesa las obras como rasgo unitario. Para mí este ejercicio creativo es nutricio, emocionante y punta de lanza contra el individualismo atroz y el onanismo secular. Los procesos creativos compartidos con mis compañeras son diferentes, las soluciones que vamos dando al acto de escribir son muy diversas, lo que me permite afirmar que el proceso influye en el contenido y eso devuelve a la escritura a lo que tiene de arte en tanto que ninguna obra es replicable.

Escribir a cuatro manos es un ejercicio de colaboración íntima que obliga también al desapego constante, algo que rompe con lo que se suele entender como autoría. Y es también un ejercicio de debate constante porque dos voces nombrando el mundo implica trabajar con la armonía para buscar un pensamiento polifónico.