¿Has intentado abrazar alguna vez a un diente de león? ¿y a un pez?

Imagina que tuvieras la oportunidad de hacerlo. Imagina que quisieras transmitirles todo tu amor y respeto y calidez con un abrazo. ¿Cómo lo harías? Yo imagino que para el pez construiría un regazo a modo de piscina y dejaría que fuera él quien se frotara. Y en el caso del volátil diente de león, aguantaría la respiración y crearía con la palma de mi mano un suave caparazón que le resguardara de cualquier golpe de viento.

Imaginar que abrazas lo que parece imposible te abre la imaginación y multiplica tus recursos, es decir, te ayuda a conocerte mejor y a crear nuevos vínculos con la vida.

En estos días me he dedicado a abrazar de manera consciente a cada una de las personas que han aceptado el intercambio. Porque abrazar es un acto completo, quien lo da recibe al mismo tiempo, aunque sea de manera poco abarcadora, aunque aquella persona a quien abrazas sea de las que no sabe qué hacer en esa circunstancia y aguanta el achuchón con los brazos caídos. Aún así, si ha aceptado el contacto, su forma de abrazarte es dejar que su cuerpo y el tuyo se entibien durante los segundos que dura el apretón.

Me gusta sentir cómo tocan a la otra persona cada uno de los centímetros del brazo, las manos, el pecho, incluso el roce de nuestros cabellos, y cierro los ojos y sonrío como cuando comes algo muy rico o cuando hueles una flor embriagadora, una sonrisa de esas que abren todas las cerraduras. Sólo enumerar estos detalles hacen que sonría. Estoy sonriendo mientras escribo este texto y me están dando ganas de abrazarte a tí, que lo lees, aunque no te conozca de nada. Si abrazáramos a una persona nueva cada día, el mundo sería más amable, seguro. Qué lástima que el acto de abrazar no se considere una noticia relevante, aunque no creo que se deba sólo a la mirada de los profesionales de la información sino a que en contadas ocasiones nuestros líderes de opinión se dejan achuchar en público. En su universo abundan las palmaditas en la espalda y los apretones de manos, y para de contar.

¿Abrazar a un contrincante sería como abrazar a un puercoespín? Si tuvieras oportunidad ¿Cómo lo harías? Yo creo que le pediría que se relajara para poder rozarle suavemente con la punta de los dedos de manera acompasada. Creo que, ya puesta, intentaría hacer ruidito con sus púas.

Como verás, todo puede ser abrazado.

¿Y qué sucede con aquello que nos sienta mal o nos pone en peligro incluso con un simple contacto? En este caso propongo recurrir a las sonrisas abrazadoras. Sonreír a lo que no quieres para que pase de largo es una buena práctica. Significa que estás despierto/a ante la existencia.

¿Y si el otro viene abiertamente a hacerte daño? Llegado a ese extremo, sólo lo abrazaría cuando se hubiera rendido.

Creo que me voy a dedicar unos minutos más a imaginar abrazos imposibles.
Es un buen ejercicio para el corazón.
Pero antes de dar el punto final a este texto, ¿qué te parece si nos damos uno bien apretado, bailaíto?