Quien no es como yo no es mi opuesto.
Quien no opina como yo no es mi enemigo.
Argumentar no es sinónimo de competir.
Una cualidad de la vida es su diversidad.
Temer la diferencia es temer la vida.
Estas afirmaciones son tan sencillas, casi tan obvias, que parecerían sacadas de un libro de autoayuda o de un opúsculo de aproximación a la filosofía si no fuera porque las dejamos a un lado en ciertos debates sin darnos cuenta. Nos sucede ante un tipo de asuntos, esos que encienden nuestro instinto de autodefensa y logran que nuestros argumentos pasen a ser acusaciones y hasta que la conversación se transforme en el cuadrilátero de un ring. Perdemos los papeles o nos inhibimos o nos aburrimos porque no logramos ir más allá del ¡ay! sobre ese temazo que nos importa porque nos afecta, de ahí que lo recibamos como agua caliente en una piel quemada.
Me han encargado dar una conferencia sobre uno de estos temas. Será el próximo día 6 de febrero, es decir, la próxima semana. Quienes me lo han pedido han elegido el tema, de hecho forma parte de un ciclo en el que intervendrán otras compañeras y durará más de seis meses. Forma parte de los ciclos de formación de Som Sindicalistes Balears, un sindicato independiente creado sin subvenciones, que se organiza en asamblea y no cuenta con ninguna persona liberada de su trabajo por razones sindicales. Interesadas en discernir en común, me han pedido que reflexione sobre “qué es feminismo, qué es machismo, qué es patriarcado. Más allá del lenguaje inclusivo”.
Lo más fácil sería ir directamente al grano, entrar al trapo con las definiciones, trufar argumentos con datos, desglosar vocablos, hacer referencias a la historia… pero de esta manera estaría ignorando que cuando afrontamos el binomio machismo/feminismo solemos entrar recordando el dolor en vez de la causa del daño. Lo personal es político, por supuesto, pero porque lo es necesita otros modos de hacer política y otros modos de reflexionar en torno a ella.
No olvido que la charla se produce en un espacio que simbólicamente remite a la fábrica, ese lugar en el que las personas asalariadas están sometidas a las leyes del capital y quienes se lucran con él. Por supuesto que recordaré que los puestos clave del poder dominador (político, económico, religioso y militar) se encuentran, exclusiva o mayoritariamente, en manos de hombres. Claro que señalaré que las formas de dominación cambian en función de la clase, la raza, en definitiva, del rango de quien lo ejerza y sobre quién se imponga. Y, además, defenderé que todo el mundo ha de entender su potencia, la forma en que tiene de ejercer su poder, para no reproducir ni alimentar tiranías. Mi intención es aclarar los términos que aparecen en cualquier debate vinculado con el feminismo para que los argumentos de quienes intervienen en él ayuden a avanzar y no se hagan un nudo de acusaciones y autodefensas. Sabemos que podemos cambiar nuestro comportamiento porque ya lo estamos cambiando.
Pero hay algo a lo que aún sigo dando vueltas. Mientras miraba la fotografía que acompañará el cartel (encabezo esta nota con un fragmento de la foto sin título realizada por Ouka Leele) pensaba en la herida. Quisiera hacer caso a la desazón que genera este conflicto tan arraigado, porque sé que el mejor argumento puede quedarse en los huesos ante una emoción. Así, me pregunto como incluir la impotencia y la frustración en los análisis; por qué no reconocer que la resistencia al patriarcado puede generar incomodidad o una íntima sensación de peligro inconsciente.
No conozco a nadie que se haya librado de la incertidumbre a base de denostarla.