En mis experiencias narrativas suelo insistir en que las palabras tocan.
Las palabras tienen piel y, por tanto, mil poros, mil formas de acortar distancias y construir presencias. Narrar o escuchar lo que otra persona te dice puede ser un baile de esos que se hacen con los ojos cerrados.
Te invito a imaginar que te meces en medio de una oscuridad amable. Estás desnudo/a y te dejas llevar por una melodía. En medio de esa danza escuchas una frase amable. Cada palabra es una prenda. Te vistes con ellas. Algunas están hechas a tu medida, otras te aprietan, te incomodan e incluso te pueden hacer daño, pero vamos a ir a la mejor de las opciones: la frase te sienta de maravilla. Sin embargo, algo pasa. Los términos son hermosos pero no logran arroparte. ¿Qué sucede? Es como si carecieran de temperatura, son como flores sin aroma. Algo les falta a pesar de su belleza..
Normalmente no es un problema de estética. Se trata de una particular ausencia: probablemente la persona que las ha pronunciado ha querido tocar sin ser tocada. Su autor/a puede tener una notoria elegancia espiritual, un conocimiento del lenguaje exquisito, bondad en su corazón y puede que la frase sea impecable, pero se esconde detrás de la belleza.
Quiere tocar, teme ser tocada.
¿De qué dimensión del tacto estamos hablando?
También sucede con los excesos o los errores o los lapsus. Por ejemplo, cuando alguien te envía un mensaje por error, queriendo enviárselo a otra persona, o dices una palabra que no es la que corresponde, o alguien te felicita por algo que no hiciste precisamente al día siguiente en el que le dijiste que te encontrabas mal… Esas palabras salvajes, que salen sin que les hayas dado permiso, tocan a quienes las reciben, pero sobre todo tocan a quienes las emiten, recordándoles que las palabras no son un escondite.
Porque en eso consisten nuestros ejercicios literarios: en comprobar que cuando tocas eres tocado. De ahí que nos callemos, de ahí que ciertas afirmaciones nos doblen, de ahí que no nos atrevamos a usar ciertos sustantivos o huyamos de ciertos verbos.
¿Cuántos médicos tocan a sus enfermos en los hospitales? Los medicamentos hacen el trabajo en su ausencia. Es bastante habitual que tu cuerpo sea tocado los segundos en los que te ponen una inyección o te abren una vía, cuando te cambian de postura en la placa de los rayos x. Pero ¿es eso el tacto? ¿Es ese el tacto al que me refiero cuando digo que narrar toca, acaricia, golpea, te roza, te araña el lagrimal, te lame, te rae…?
No.
Imagina algún momento en el que te caíste en tu infancia. Intenta recordar la mano cálida de esa persona adulta que se posó sobre tu zona dolorida y con su calor te calmó. Quizá no te curó, pero el contacto de su piel te hizo sentir infinitamente acompañado.
A eso me refiero cuando propongo cuidar el tacto al narrar. Porque es innegable que la palabra tiene el poder de tocar pero, si quien la emite permite ser tocado/a por lo que está diciendo, es posible que suceda algo mágico: que la palabra sane. A las dos partes
De todos los tactos, este es con el que me comprometo
Existen muchos caminos narrativos. Pero hay uno por el que apuesto con toda la fuerza de mi corazón y de mi sangre: ese que relaciono con una delicadeza que no significa ser meliflua. Por el contrario, exige una humilde valentía: atreverse a nombrar el mundo sabiendo que eres tocado/a por lo que dices, que cada sustantivo lleva una parte de tí, que cada verbo te vincula, que no se trata de gustar al otro o de explicar tu mundo sino de sostener una simbólica desnudez.
A partir de ahí, tras lo nombrado, lo único que te queda es asumir la vida: Sentir ternura por las torpezas, tocar y dejar que aquello de lo que no sabes, te toque. Aceptar que eres tocada también cuando callas y de ahí que utilices tus silencios como las especias en un alimento.
Cuando narro olvido las alfombras rojas, los honores de la Academia, los parabienes de quienes indican el camino de la gloria. Sueño con palabras que puedan acariciar este planeta, que tanto lo necesita, sueño con personas que al nombrar el mundo acepten tocar y ser tocadas.