Una de las frases que me acompañan esta semana es: “No hay deudas en mi vida”. A medida que la afirmo, la vida se vuelve más generosa. Es fascinante porque es muy sencillo.
Comienzo por el principio. Tengo un convencimiento: tener deudas es tóxico porque crea vínculos alejados de la autenticidad y no estoy hablando sólo de dinero. Esta semana me he dispuesto a ser coherente, es decir, llevar la frase que nace de mi mente al corazón y a mi hacer. El “experimento” consiste en tratar de eliminar la sombra que esa palabra puede crear en una vida, concretamente en la mía.
Soy narradora, sé que con un pequeño giro del lenguaje puedo transformar sutilmente mi entorno del mismo modo que en cada respiración, en cada uno de nuestros actos, nos transformamos, incluso biológicamente. Por supuesto, ese tipo de cambios a los que me refiero no se producen desde el control o la voluntad. Ha caído en mis manos un libro que me está impresionando por su claridad y sencillez: «Epigenoma para cuidar tu cuerpo y tu vida» del genetista David Bueno. En próximas entradas en este blog hablaré de los paralelismos narrativos a los que me lleva esta lectura, simplemente os animo a conocer sus propuestas porque abre una puerta nueva a la responsabilidad sobre nuestro modo de vida y ofrece nuevos caminos para entender la ductilidad de nuestra existencia.
El caso es que…
… digo “No hay deudas en mi vida” y trato de llevarlo a todos los planos de la existencia que soy capaz de percibir, convencida de que de este modo me llevo por delante todas sus facetas: no hay morosos en mi vida, ni acreedores, ni deberes, ni atrasos, ni escasez, ni demoras, ni obligaciones, ni empeños, ni damnificados, ni quiebras, ni prestamistas, ni plazos, ni incumplimientos, ni déficits, ni insoleventes, ni solventes, ni cargas, ni estafas, ni amortizaciones, ni demandas…
No se trata de negarlas sino de hacer lo que decimos (“no hay deudas”) en cada pequeño gesto, de modo que unas palabras vayan sustituyendo a las otras.
Regalo algo a alguien y me digo “no hay deuda”, es decir, el otro no queda ligado a mí por la gratitud como obligación.
Recibo un bien de alguien y me digo “no hay deuda”, lo acepto de manera absoluta, alegre, desde el placer de vivir, no tengo por qué quererle para siempre ni decirle “no te olvidaré”.
Pago a uno de mis colaboradores y no me digo «saldo una deuda” sino “celebro su trabajo, reconozco el camino recorrido y cerramos lo acordado”. Si puedo, además, compartir con esa persona un desayuno mientras le entrego lo que es suyo (no sólo el dinero), si le concedo el tiempo y el contacto físico adecuado, mucho mejor, porque hay más consciencia. El siguiente trabajo que hagamos será algo “nuevo”. Todo está bien.
Si se trata de un conflicto
Pues si se trata de un conflicto comienzo por recordar que he de respetarme, es decir conectar con lo que realmente no es saludable para mí y asumir mis limitaciones y a partir de ahí tratar de no generar ninguna “deuda” con mis palabras o actos. No se trata de “resolver” el problema y zanjarlo para quitarme de encima la deuda, ni siquiera de ser “educada” o “negociadora” de tal modo que con estrategias pueda obtener beneficios. Intuyo que es más bien darme permiso para reconocer aquello que no me sienta bien, darme el tiempo y el espacio para sostener el malestar y responsabilizarme de él, comprender qué me está enseñando, y actuar asumiendo que, si cometo un error me daré la oportunidad de reconocerlo y afirmándome que confío en mi buena voluntad de sanar cualquier herida que pueda causar por el camino.
Por el momento lo que sé es que hacer daño crea una relación de deuda con la persona damnificada que puede convertirse en una trampa para ambas partes.
Hacer sentirse culpable a otra persona crea una deuda vinculante que puede llegar a ser devoradora.
Mentir genera deudas para con quien miente.
Agredir queriendo causar daño genera la deuda de una reparación que probablemente no está dispuesta a ser saldada.
Disimular genera una deuda con tu propia honestidad y salud.
Un “sacrificio” genera deudas que van más allá del acto en sí.
Y que quizás si profundizara aún más qué significa ese diálogo filosófico-creativo que propone Angélica Sátiro en su último libro «Ciudadanía creativa en el Jardín de Juanita. El jardín como recurso para jugar a pensar y el pensamiento como recurso para reconectar con la naturaleza», la forma de hacer desaparecer las deudas que genera una confrontación pueden ser aún mucho más sutiles. Hay una frase en su texto que traigo a este: «el diálogo como un proceso». Acojo la palabra proceso y la llevo con toda su luz a lo que denominamos conflicto, del mismo modo que tomo los conceptos «ciudadanía creativa» y «ajardinar el planeta», creados por Angélica, para seguir haciendo la afirmación de la semana. A ver a dónde me llevan tan buenas compañías.
La tóxica rentabilidad de la culpa y otras deudas
Me implico incluso cuando lo observo desde fuera: El daño se convierte en deuda si lo resuelvo desde la culpa.
La culpa es un gran truco para las personas que no estamos dispuestas a poner el corazón/emoción en juego. Preferimos saldar la culpa/deuda a asumir nuestra propia fragilidad. Y vaya usted a saber por qué no queremos asumir nuestra fragilidad.
Las personas salvadoras generamos deudas, las personas que acompañamos no.
Un error no es una deuda que se ha de saldar, es sólo un rasgo de humanidad propio de quienes estamos comprometid@s con el buen hacer (la ética).
Un compromiso se convierte en deuda cuando la voluntad no es coherente con lo que me indica el corazón.
L@s hij@s no adquirimos deudas con nuestros progenitores…
El juego de «la deuda» entre amantes
L@s amantes que “compensamos” el tiempo que no estuvimos o el espacio que no dimos, generamos deudas y transformamos a nuestr@s amad@s en usurer@s. Y esas personas, las que aman por los dos, se sienten, efectivamente, que manejan ante nosotr@s la ascendencia y el poder de las prestamistas. Aunque ninguna de las partes nombre el juego. Aunque también esté presente el amor. Aunque los roles cambien de género. Estoy hablando de lo tóxico.
No espero un aplauso por un acto (eso sería generar una deuda), sino que aprecio lo que sucede.
Convierto la hermosa gratuidad en una trampa cuando no asumo que es fácil generar pequeñas y sutiles deudas en cada acto cotidiano.
Podríamos cambiar el mundo
Aseguro que es interesante pasear una frase en estos tiempos de quietud sobrevenida por los que transito y dejar que aflore en diferentes circunstancias.
Desde hace una semana me baño en “No hay deudas en mi vida” como las aves que se asoman al bebedero que Toni ha puesto en el jardín.
Verbalizo la frase porque sé que al nombrar fijamos un acto o un objeto en nuestro pensamiento y a partir de ahí le vamos llenando de sentido y, por tanto, generamos realidades. También por eso comparto por esta vía mi experiencia, para que se expanda, porque la deuda es un concepto que nutre la especulación: Quienes han ido construyendo la sociedad de mercado a la que pertenecemos necesitan personas que crean en la existencia de la deuda y que la usen cotidianamente, eso les ayuda a mantener su imperio económico e intoxicar el acto de dar y recibir.