Ha llegado el tiempo de hablar sobre aquello sobre lo que he estado indagando durante tanto tiempo: el ejercicio del poder en el espacio íntimo. Nuestro ensayo, “Te puedo. La fantasía del poder en la cama”, empieza a hacer públicas sus propuestas, en él afirmamos que los amantes no sólo amamos y deseamos, no sólo gozamos con nuestros cuerpos, sino que también desarrollamos relaciones de poder y es vital que lo reconozcamos.
Soy de las que pregunta por las relaciones afectivas y por las pasiones. ¿Cómo fue que os conocisteis? ¿En qué momento crees que saltó la chispa? ¿Hasta qué punto jugó el azar en vuestro encuentro? No sólo me refiero a las historias de amor de pareja, también se lo pregunto a las personas que se vinculan desde la amistad, la camaradería, la forma en la que se crea un equipo…
Pues bien, hace años que me pregunto por qué aquellos que me contaron que morían de amor cuando llegan al final de la relación no me cuentan que mueren de desamor ¿por qué aquellos que se comían a besos abandonándose en los brazos del otro estaban echando un pulso sobre la culpa, el dinero, los bienes? ¿Cuándo irrumpió el poder en aquella relación? ¿Acaso estaba acechando para ocupar el trono del amor? ¿Cómo puede sustituir uno al otro si los consideramos incompatibles? Nos decimos que el poder es impositivo y que el amor es todo entrega, ¿seguro?
Al amor le pedimos lo que no le corresponde
En este libro demostramos que este juego de opuestos es falso. Al amor le pedimos lo que no le corresponde y sólo reconocemos un tipo de poder. Ya hemos aprendido que amor y deseo sexual no es lo mismo, aunque hagan una magnífica combinación, pero lo hemos asimilado situándolos en compartimentos estancos. Olvidamos que las experiencias sexuales son un vínculo, tan valioso como el que se desarrolla en las relaciones afectivas, y que en él está presente el poder, no sólo el instinto, el placer y las ganas. El poder del deseo es imparable.
En cuanto al amor: ni es el encargado de sostener el deseo ni garantiza la convivencia. El amor facilita la co-implicación y la empatía, la creación de lo común, y también es poderoso. Sin embargo el poder puede acabar con el amor o perpetuarlo, en función de cómo se ejerza.
Es aquí donde surge la pregunta necesaria:
¿qué entendemos por poder? ¿Qué poder somos capaces de imaginar?
Pensar que quien ama está desposeído de sí mismo, víctima de una emoción cegadora es una construcción cultural que relega a los afectos a un plano inferior e impone la razón como el elemento que regula nuestros actos de manera idónea. Es decir, establece una jerarquía que determina nuestra vida pública y privada, legítima y deslegítima y obliga a que vivamos en mundos paralelos: obramos de una manera en los espacios públicos regidos por el poder de la razón y de otra manera en el ámbito privado, ese closet en el que escondemos nuestros afectos más íntimos.
Sin embargo, ¿hasta qué punto los amantes se desnudan de su clase social, sus privilegios, sus identidades, cuando llegan a la cama? ¿hasta qué punto las personas situadas en los espacios de toma de decisiones no están atravesadas por sus afectos? ¿nos descuartizamos? Ya se habla del sentipensar en el ámbito educativo y en algunas esferas del activismo político, las emociones hacen política de forma evidente, pero ¿no es cierto que los afectos siguen teniendo un papel subalterno frente a la razón? ¿Qué sucedería si se reconociera a los afectos su propio poder en vez de ser considerados meros instrumentos en manos de la poderosa razón?
No sólo cuestionar el poder: cuestionémonos ante él
La afirmación que el feminismo de los años 70 se atrevió a poner encima de la mesa, ”lo personal es político”, rompió los compartimentos estancos elevando el rango de lo personal al ámbito de lo político. Sin embargo no rompió el orden jerárquico. Los amantes tienen poder, lo manejan, lo usan constantemente, sin embargo el único poder del que se habla es el que ejerce un miembro de la pareja SOBRE el otro. ¿Acaso no existe más poder que el coercitivo?
Ha llegado la hora de que empecemos a adjetivar el poder, de cuestionarnos ante él, de comprender que es uno de los vínculos que establecemos con “lo otro” para poder perpetuarnos e influir, por tanto, en nuestro entorno. Ha llegado la hora de asumir que todos los seres humanos nacemos con poder y que es el acceso a los medios, el uso de las estrategias (tan vinculadas con los valores) y el beneficio de ese poder lo que determina nuestra forma de ejercerlo. El uso de la fuerza, la búsqueda del consenso, el reparto de privilegios del orden jerárquico, el acceso a la información y su control, el dinero… determinan el uso de nuestro poder, tanto en el terreno público como en el más íntimo.
Todas las personas tenemos poder
El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre asegura que» Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». El ecofeminismo ha mejorado este artículo indicando que «Todos los seres humanos nacemos vulnerables e indefensos en el seno de una madre y llegaremos a ser libres e iguales en dignidad y derechos siempre y cuando recibamos una cantidad ingente de atenciones, de cuidados y de afectos que deberán ser proporcionados por hombres y mujeres de otras generaciones, en una tarea civilizadora sin la cual nuestra especia no puede existir. En caso de recibirlos, podremos llegar a estar dotados de conciencia y de razón que nos permita vivir fraternalmente un@s con otr@s, conscientes de que habitamos un planeta que tiene límites físicos, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar».
¿Por qué evitamos la palabra poder? ¿Por qué no decimos que todo el mundo nace con poder para perpetuarse e influir en el entorno y que nuestro trabajo colectivo es garantizar que el acceso a los medios para poder ejercer ese poder sea equitativo, que es necesaria una constante educación en valores que garantice el desarrollo de unas estrategias éticas y que es importante regular a quién beneficia el ejercicio de ese poder?
La violencia de género: miramos la violencia, olvidamos el poder
Cuando abordamos la Violencia de género nos centramos en el primer término: la violencia y su daño, apenas nos plantearnos que la fuerza física es la manifestación de un poder débil. Olvidamos que la mujer que afirma sus derechos en cada acto manifiesta su poder innato y no sólo su autonomía y libertad. Si no modificamos nuestra forma de entender el poder y nos educamos en ello, si no comprendemos que aprendimos del patriarcado un modelo de poder jerárquico y coercitivo y que es ese marco en el que se mueve nuestro imaginario, muchas personas seguirán viendo en la reivindicación de la libertad y la equidad entre hombres y mujeres una lucha de poder coercitivo, en el que las partes intentan ocupar el mismo trono.
En las mejores ocasiones sustituimos el “o tú, o yo” por “unas veces tú y otras yo”, sin considerar que el problema en realidad está en que seguimos valorando el trono. ¿Qué tal si lo convertimos en un banco?
El jueves 26 de junio Ana Alfageme, Redactora jefa de Proyectos Especiales del diario El País, feminista, perrista, y amiga, presentó el ensayo en La Casa del Libro. Sus preguntas en torno a La Manada, lo Queer, el feminismo… hicieron evidente que el contenido de nuestro libro está de plena actualidad. El poder atraviesa nuestros actos. Agradezco que Los Libros de la Catarata hayan apostado por publicarlo.