Si el mar es también la mar, doy la bienvenida a «la» poder.

Voy a hacer un spoiler: suelo arrancar las presentaciones del ensayo “Te puedo. La fantasía del poder en la cama” leyendo el pensamiento a las personas que acuden a la cita. 

Hace unos días tuve la suerte de confraternizar con el mentalista Anthony Blake y he confirmado que no tengo aptitudes como maga, sin embargo acierto. Cuando pido al público que cierre los ojos y visualice qué imaginan cuando digo “El poder”, la gran mayoría lo describen piramidal, coercitivo, basado en la explotación de los privilegios, la imposición y las jerarquías… Sobre los hombros de Occidente pesan imperios

Aún no he saltado el charco con el ensayo. Quizás si me dirigiera a individuos de una cultura no monoteísta la respuesta fuera otra y allí acabaría mi carrera de adivina. Aunque, la verdad, encontrarme con personas cuyo imaginario ya se atreva a visualizar otro tipo de poder sería uno de los fracasos más alegres que puedo concebir en este momento. Esto permitiría una fácil identificación con otros modelos de conducta y probablemente el debate transcurriera por vías que ahora no logro imaginar. 

Sé que hay otro poder en la otra orilla

Se me dispara el deseo de que alguien me hable, de manera natural, no reivindicativa, de un poder alegre, inclusivo y negociado, alejado de trajes de chaqueta azul, corbatas y despachos. Sé que entre las comunidades indígenas que defienden los derechos del planeta en América Latina, en la otra orilla de donde escribo, existe una conciencia así y que, precisamente por llevar a cabo el poder de este modo, son diana de la violencia del poder coercitivo.

Pensar de otro modo el poder cambia las reglas del juego. Su violencia hace evidente el fracaso del poder coercitivo. Aunque mueren y sufren entiendo que no desfallezcan. No es que estén queriendo derrumbar a una élite ambiciosa y destructora, es que están defendiendo su lugar en el mundo y eso, evidentemente, pasa por que esa élite cambie su comportamiento, sus estrategias y objetivos.  

Este libro no plantea cuestiones políticas. En este ensayo se habla de amor, de deseo, de relaciones, de sexualidad, de las ricas relaciones que establecen los amantes… pero introduce en esta suma la palabra poder, y al añadirlo, desbarata los monólogos y los debates, porque exige, precisamente, asumir que quienes aman, quienes son invadidos por el deseo, quienes se implican, en algún momento  tantean otros modos de poder. 

El poder amante

Este Occidente que hemos creado, separó la razón del amor, la razón del espíritu, la razón de las emociones y a partir de ahí creó un orden del mundo que terminó delegando nuestra vida sexoafectiva al closet, a una intimidad envuelta en pudor y desposeída, de modo que la locura amante, la osadía de quienes aman, su disposición a cuestionar el orden del mundo, quede encerrada entre las cuatro pequeñas paredes que suelen rodear los WC. Las sábanas son un territorio en el que la sociedad acepta (a regañadientes y siempre que no salga del lugar secreto) que los amantes cuestionen las jerarquías, jueguen con el dolor (sin causar ni sufrimiento ni daño), rompan las barreras de clase, de género y de raza, utilicen estrategias alejadas de la imposición, desarrollen la empatía, favorezcan la compasión, se miren en horizontal, en vertical, en diagonal…

Me gusta denominarle “el poder amante”, dar un nombre implica dar un lugar al/lo desconocido. Nuestro nombre nos diferencia, nos sitúa en un mapa mental e incluso físico. Si los amantes comprendieran que tienen en sus manos modificar las reglas del juego quizás indagarían en lo que suelen relegar al espacio íntimo y se adueñarían de su capacidad (yo puedo, poder como verbo), su posibilidad (puede, poder como adverbio), su potencia (poderosa/o, poder como adjetivo) y su competencia (yo te puedo, al declinarse en reflexivo) para llenar de nuevos sentidos a ese poder sustantivo frente al que tan poco nos cuestionamos.

Quizás podamos renacer en manos de la poder

Quizás, aprovechando que poder es un nombre que no termina en vocal (o/a), pudiéramos dar lugar a un poder declinado en masculino (EL poder) y un poder declinado en femenino (LA poder), del mismo modo que podemos decir EL mar o LA mar.

He terminado esta primera etapa de presentaciones precisamente porque vuelvo al mar. Este año dormiré sobre el agua menos tiempo (en los últimos años vivía en nuestro velero entre 4 y 6 meses al año), por lo visto la vida lleva mi nave por otros paisajes. Sin embargo, en octubre vuelvo a tierra para seguir reflexionando sobre el poder amante y el impacto de nuestro imaginario sobre el poder en las relaciones sexoafectivas. Quizás ya me sienta cómoda diciendo La poder, quizás la mar me haya susurrado al oído nuevas reflexiones, pero lo que ya tengo claro es que mi nuevo acompañante en el periplo de este ensayo es un hombre culto y sensible, escritor y concretamente poeta, amén de amigo: Jordi Cervera. 

El puerto en el que nos encontraremos es la librería Alibri, en Barcelona. Sucederá el 16 de octubre, cuando el calor amaine y el otoño nos regale sus maravillosos cielos.

El próximo post probablemente huela a salitre.