Entre jarcias, cabos y velas, cómo deshacer un nudo (el de la impotencia)

Soy una marinera anómala. Lo afirmo desde hace años en una mezcla de aviso y reivindicación. Llevo semanas de navegación preguntándome cómo se deshacen los nudos y eso, en el mundo náutico, supone ir a contracorriente. Es cierto que tengo también mi parte anodina y la absolutamente formal, por ejemplo gozo del título de patrón de embarcaciones de recreo, me tiene que recordar el capitán que llevamos 450 millas a nuestras espaldas tan sólo en el GoOn y me siento tan ligada al mar que he tatuado su nombre en el mío (Mar.tha), además: confundo los nombres de las islas, recurro a un truco para distinguir babor de estribor, en vez de puntos cardinales veo auroras y fulgores y a fuerza de marearme me he convertido en una experta en aventar regüeldos.

Si amplío los detalles quizás se me note más la anomalía: se me dan muy bien los naufragios, soy firme aceite en aguas turbulentas, desquicio las órdenes del capitán mientras mantengo el orden en cubierta, probablemente ningún gran yate me querría entre su tripulación y aún así quienes se suman al GoOn me rifan y creo que sé por qué razón: travesía tras travesía bendigo sus rarezas y desviaciones.

Hay quienes beben 3 litros de refresco con gas al día, quienes se cambian de bañador 2/3 veces al día pero nadan en pelotas, quienes temen la profundidad del mar y sin embargo se lanzan al agua, quienes se esconden en el camarote cuando tienen miedo (aunque así se mareen más), quienes entran en catarsis y lloran sus males de amor, quienes se enamoran del otro tripulante y viven lo inesperado (lo que sucede en el GoOn se queda en el GoOn)…

“¡Hagamos de nuestra extravagancia un desafío!”

El lema a bordo podría ser “¡Hagamos de nuestra extravagancia un desafío!”, aunque yo creo que la anomalía resulta, simplemente, inevitable. Quien sobrevive a la normalidad ajena con desapego no exento de extrañeza, quien por su voluntad de existir termina llevando a cabo lo que otros consideran insólito en medio de lo que se entiende por adecuado, se vuelve un ser anómalo irreductible, sin más. Y no porque los seres raros no puedan evitar sus rarezas: ¡es la rareza la que nos hace humanos!

En cuanto a mi condición de marinera, pues qué queréis que os diga: ser anómala en el mundo náutico es como ser la excepción en medio de lo excepcional, un rizo que lleva irremediablemente a la vulgaridad. ¡La de veces que habré dejado patidifusa a la tripulación sin darme cuenta!

En esas extrañas ocasiones en las que el desconcierto que generé provocó que algún miembro de la tripulación me expulsara a los márgenes del GoOn, lo que comprobé es que consiguió situarme en la retaguardia de las olas, un lugar inspirador y asalvajado en el que recomiendo habitar.¿Cómo creéis que he aprendido a musitar al viento o a mantener conversaciones con la mar erizada? ¡No habría relato sin esos sucesos! Sólo desde las espaldas de la espuma una aprende a atravesar los ánimos.

Ser anómala es una condición infinita.

En cada singladura descubro una galería nueva en el vientre de esta palabra. Soy un cangrejo haciéndome guaridas plácidas en mi camino hacia el magma de lo insólito. A medida que avanzo en la carne de la anomalía creo alcanzar al fin, su pulpa más caliente y ancestral, fuente de todas las rarezas, pero nunca es del todo cierto.

Este agosto he ampliado mi condición de insólita.

Veamos: un velero se sostiene gracias a la buena combinación de nudos y cabos. Ellos enlazan, aferran, aseguran, salvan, sostienen, ordenan… La muerte puede sortearse gracias a un nudo a tiempo.

Pues bien, resulta que soy una experta en deshacer nudos y resulta (ahí viene la contradicción, la imposibilidad o la punta de lanza de la rareza) que navega todo el tiempo que puede.

Me explico: Soy de ese tipo de personas que tiende a deshacer esos nudos que se montan en el corazón o en la garganta, me sale mediar, aliviar, preguntarme por la clave del conflicto, transformar el debate en un diálogo, crear puentes. A fuerza de indagar en las mil y una formas de crear vínculos y desliar los entuertos creo que me estoy convirtiendo en una profesional. Y al mismo tiempo soy marinera y, por tanto, debo hacer lo contrario: ser una experta en hacer nudos.

Deshago la trenza del GoOn

A nadie le va a extrañar que el otro día, adentrándonos en una de las bahías de Evia (la segunda isla más grande de Grecia), tuviera la fantasía de soltar cada nudo del GoOn. Uno a uno. Con un simple toque de mi dedo índice, deshacía el nudo de ballestrinque con el que aseguramos las defensas, el as de guía con el que nos amarramos a la costa, el nudo llano gracias al cual se rizan las banderas, el de briol con el que el amarramos el cabo al mosquetón de la vela, el de mariposa, que más que nada me gusta por su nombre…

A medida que mi dedo des(a)nudaba el GoOn, el velero se deshacía como una trenza. Las velas, melena al viento, dejaban su rostro al descubierto; una tras otra, liberado de todas sus ataduras,  se mostraba des-nudo, denodado, completamente nu, nudo. Y sí, tenía senos y pezones y pits i dits y olas en el borde de sus uñas y no era el viento sino su aliento el que besaba mi rostro.

Supongo que hubiera sido uno de los naufragios más hermosos que hubiera podido vivir de no ser porque se cruzó en mi imaginación una racha de lo real nada más doblar el cabo: Los incendios, sus culpables; los náufragos, sus culpables; las guerras silenciadas, sus culpables; las iras desatadas, sus culpables. Una parte de nuestro corazón grita cada día contra el mal, lo hace en redes, ante las noticias de las catástrofes acumuladas.

Sabiendo que el enemigo está lejos, permitimos que el dolor ablande nuestro pecho lacerado y en un ay cotidiano vamos adiestrando nuestras venas para no desangrarnos. ¿Qué es lo que me duele hoy? ¿Open Arms, Amazonía ardiendo, la desaparición del gorrión común, el mar de plásticos? Hipocondria colectiva es sinónimo de impotencia servil. Creemos que el futuro agoniza y nosotros con él.

¿No sería más honesto…?

En plena travesía se presentaba ante mí un nudo con el que no había contado, aquel que procede del abismo que existe entre lo que creemos saber y lo que podemos hacer.

Mi velero des-nudo parecía ser devorado por la bruma de la impotencia mientras el resto de la tripulación contemplaba un dulce atardecer. Nadie parecía percibir el peligro y sin embargo yo me debatía en medio de la niebla:

¿No sería más honesto asumir que si bien formamos parte de un todo interconectado también somos seres limitados?

¿No sería más honesto desenmascarar heroicidades y comenzar desde otro lugar más humilde en el que sea posible la fragilidad?

¿No sería… saber que si bien morimos un poco tras cada injusticia, cada árbol talado o río intoxicado, también vivimos más con cada ser humano rescatado, con cada preso de conciencia libre, con cada semilla sembrada?

¿… mas honesto… llevar nuestro cuerpo allí donde nuestras manos puedan implicarse para poner la vida en el centro sin dar más aliento a la desazón?

¿Cómo deshacer este nudo?

Nos rebelamos contra la muerte mientras que cultivamos la impotencia. Clamamos por los derechos inculcados y olvidamos que el viento no es su ruido, que él, intangible, inaprensible, incontable, condiciona nuestro trayecto. Nuestros diálogos en público se han instalado en un gemido sordo e ininterrumpido como este Meltemi que no cesa de golpear las jarcias en agosto.

Olvidamos que sembramos infinitud cuando nos sentimos impotentes y de lo que se trata es de ser infinitas y mortales.

“Existe en el corazón de todo ser humano algo que, pese toda la experiencia de los crímenes cometidos, sufridos y observados, espera invencible que se le haga el bien y no el mal. Eso es, antes que ninguna otra cosa, lo que es sagrado en todo ser humano”, escribe Simone Weil en “La persona y lo sagrado”. Todos deseamos que se nos haga el bien, rico y pobre, hombre, mujer, trans, indígena, occidental, oriental, anciana, joven, niño, queremos que nos traten bien, esa es nuestra fragilidad y nuestra grandeza.

Creo que tengo una respuesta:

¿Cómo deshacer este nudo? Llevando el cuerpo allí donde sea posible un pequeño gesto de amor.

Ay, ¡pero qué bello es vivir en un GoOn destrenzado!