(..) Hace 20 años la creación de certificados verdes que valoraran la reducción de la huella ecológica irrumpía en la economía. Enseguida se añadió la reducción del uso de los envases de plástico y del papel. Aunque era una medida bienintencionada, aquellos criterios de sostenibilidad separaban el cuidado del planeta de cualquier actividad, como si el cuidado del planeta fuera un “valor añadido” y no una parte intrínseca de cualquier actividad. La solución de plantar un árbol para compensar un comportamiento tóxico ha demostrado ser un parche, hasta el punto de que esos certíficados pasaban a ser casi un greenwashing para las industrias, cuya naturaleza es contaminante. Entre ellas se encuentra el cine, ese «seótimo arte» que apenas veinte años después de nacer separó la creación de la producción relegando la autoría a un rincón egótico e individualista.
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Más allá de la huella ecológica
Comienzo por ratificar el camino más fácil transitado: la necesidad de controlar la huella ecológica de cada producción siguiendo las pautas ya implementadas en otros sectores como el impacto en movilidad, en el consumo de energía (fósil y eléctrica) y el reciclaje. En este último sentido es importante valorar los materiales reutilizables, reciclables y reciclados y minimizar el uso de plásticos, pinturas y materiales para escenografía, papel en las campañas de comunicación y otro tipo de soportes en la distribución del producto.
Pero es necesario ir más allá. Poner la vida en el centro implica una revisión completa de nuestra actividad creativa. Subrayo los siguientes aspectos:
Usar una tecnología sostenible no sólo ambientalmente, sino sostenible también social y económicamente. Esto implica, por ejemplo, poner límites a la obsolescencia tecnológica, preguntarse cómo fueron fabricados los componentes de las cámaras, utilizar móviles que no pasen por el expolio de las riquezas de una nación, utilizar materiales de atrezzo que no hayan sido fabricados en condiciones de explotación, etc. Es decir, interesarse por esta política por parte las empresas que nos proveen materiales, exigir una transparencia en estos aspectos y valorarla no sólo a la hora de elegir qué tecnología se utiliza para hacer una película, por ejemplo, sino ponerla en valor ante el público.
La importancia de las sinergias.
Promover sinergias empresariales también con el sector servicios, potenciando y haciendo visibles aquellas empresas que llevan a la práctica acciones de cuidado desde sus diferentes áreas. Esto determinará el criterio de elección de los alojamientos, restaurantes, transportes -coches eléctricos-, mensajería… de la película. Todos estos vínculos también son parte de la vida, como lo son los que establecemos con el suelo, las plantas, los animales o a los seres humanos.
Además de elegir a nuestros «acompañantes», se trata de dar una vuelta a nuestra percepción de «beneficio». Por eso me parece imprescindible que las productoras audiovisuales completen el círculo productivo incorporando la “devolución” al entorno de una parte de los beneficios. No solo se trata de una cuestión de dinero (por ejemplo dedicar un tanto por ciento de los beneficios a plantar árboles) sino de modificar nuestros criterios contables. Por ejemplo, creando empleo local (contratar a técnicos, runners, etc. del lugar en el que se ruedan las escenas), reinvirtiendo en el desarrollo social o medioambiental de los lugares a los que nos desplazamos, desarrollando estrategias de sensibilización sobre la realidad que estamos retratando de manera que la visibilidad de su conflicto no solo genere beneficios a la empresa…
La transparencia contable y la trama de la vida.
Esto supone practicar una transparencia contable que modificará también los procesos creativos. Evitar las brechas salariales entre géneros no es suficiente, las remuneraciones millonarias a actores, actrices, directores/as, presentadores/as estrellas de televisión… son insultantes si se comparan con las condiciones en las que trabaja el resto del equipo, por ejemplo. Sostener el star-system no solo encarece las producciones, sino que dificulta llevar a la práctica un plan de producción en línea con la cultura regenerativa.
En definitiva: Poner la vida en el centro. En estos días la pandemia ha demostrado que los cuidados son imprescindibles para mantener la sociedad en pie y eso no solo pasa por pagar de la manera adecuada a las personas que llevan a cabo esta labor y proporcionarles los medios necesarios, sino de incorporar la lógica de los cuidados en el ejercicio cotidiano. Es decir, a la igualdad de oportunidades para las mujeres, al respeto a los derechos humanos y de las personas trabajadoras, se suma prestar atención a los roles relacionados con el cuidado, rescatándole del lugar de esclavitud en el que está situado en nuestro imaginario. Es importante poner la vida en el centro en la producción: desde promover el consumo de productos locales en el servicio de catering o facilitar la conciliación familiar, al compromiso de que cada persona implicada en la obra incorpore alguna actividad de cuidado como parte de sus horas de trabajo, incluida la dirección.
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La puntilla
La pandemia ha hecho evidente un elemento que no debemos olvidar: no todo es tecnología. La cultura, el arte, necesita crear sinergias con lo vivo y sus vínculos, aterrizar en los cuerpos, en los ciclos, enlazarse con todo lo humano.
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