Sostener la fragilidad de otro ser humano reconociéndola en su dignidad; experimentar cómo el mundo adquiere un orden desalentador si lo observas con los ojos de los olvidados; dar la luz y calidez necesaria para que aquel que fue rechazado reemprenda su camino, son actos silenciosos. Si, además, forman parte de tu vida cotidiana, estos actos tiñen todos tus gestos de una rumorosa locuacidad. Es más: te constituyen. Por eso el cuerpo de T.O.T. expresa una honestidad alegre que cuesta identificar. No es que sonría constantemente o cuente historias alentadoras: es que su rotundidad espiritual es casi celular. Así de profundo es su compromiso con las personas que viven en prisión y padecen una enfermedad mental, un doble muro ante el que ella no se arredra.
“Me sale por instinto. En ningún momento me pregunto por qué lo hago. Durante el año acompaño de manera cotidiana. Cuando sabes que estás ante una persona desprotegida no puedes ir midiendo el tiempo, por ejemplo. Soy incapaz de regresar a casa y posponer su problema para otro día, porque esa persona no puede esperar, porque la vida no puede esperar, porque la vida no entiende de calendarios ni de horarios”.
Los rincones en los que se refugian los perdidos
Su espacio es la calle, conoce sus resortes, los lugares más sombríos del urbanismo, los rincones en los que se refugian los perdidos, las zonas en las que es necesario jugar, no en vano forma parte de la ONG El Grec, grupo de educadoras de calle que hacen su trabajo socioeducativo en diferentes sectores de población en situación de riesgo, dificultad y conflicto social.
Después de 11 años en esta organización es consciente que ella no eligió el camino sino al contrario, el camino se abrió ante ella y ella, simplemente, se puso a su disposición. “Soy auxiliar de clínica, trabajaba en el hospital de Menorca. Antes de venir a Mallorca hice un campamento con personas con discapacidad, fuero tan solo quince días pero quedé encantada. Al cabo un tiempo me hablaron en Amadip/Esment, me presenté y me aceptaron. Estuve trabajando durante 14 años con personas preciosas, con discapacidad intelectual, apoyándoles en sus necesidades, caminando con ellos. Aprendí mucho, pero llegó el día en el que sentí que ya había cumplido mi etapa allí y me fui. Al cabo de unas semanas me incorporaba en Siloe, una iniciativa vinculada con la atención y cuidado a personas con VIH/SIDA que salen de la cárcel por esta enfermedad en su fase terminal. Estuve en uno de sus pisos de acogida”. T.O.T. no imaginaba que allí se prendería la llama que hoy alumbra su camino: nació su vinculo con la realidad carcelaria. “Hablando con ellos me di cuenta que me gustaría entrar en prisión pero no por qué. Mientras buscaba una respuesta presenté mi curriculum en El Grec sin saber que trabajaban en las cárceles”.
Un decenio entre presos
Al año siguiente entraba en prisión. Ha pasado más de un decenio y sigue sin responder a la pregunta. “Es la vida la que me va indicando los pasos. Y sólo sé que mi camino sigue siendo este”.
La OMS calcula que, en las sociedades occidentales, la incidencia de alteraciones psiquiátricas es hasta siete veces mayor en la población penitenciaria que en la población general. Las prisiones se han ido convirtiendo en los manicomios de los más desfavorecidos. “Para que te hagas una idea, en Mallorca la cárcel puede acoger a unas 1.400 personas, pues hemos conseguido hacer un listado detallado de las personas que necesitan tratamiento. Conocemos cada caso, conocemos su historia de vida. La mayoría tiene esquizofrenia en mayor o menor grado, muchas veces vinculada al consumo de tóxicos. Y no todos están dispuestos a reconocer que oyen voces, porque eso les estigmatizaría, por eso no damos por cerrado nuestro listado. Debe ser una tortura, esas voces constares no les dejan descansar… tiene que ser brutal”.
¿Hasta dónde dar?
¿Qué hacer ante una herida que nunca se cerrará? ¿Cómo mantener viva la ilusión de cada encuentro? Estas preguntas no agotan a T.O.T. porque asegura que es su camino y es feliz en él. “Es verdad que los programas pueden cansarte, pero es que yo quiero seguir donde estoy hasta que me jubile, porque disfruto, porque me gusta, porque me siento bien cuidando a personas de este perfil, a las más necesitadas, a las más desposeídas, a los olvidados de los olvidados. La sociedad no quiere saber de ellos, aunque cada vez son más las personas con consciencia que se acercan a ayudarles. Me he dado cuenta que quienes tienen una discapacidad intelectual están más protegidos social e institucionalmente que los enfermos mentales. Quizás porque nos da miedo nuestra propia locura”.
En cualquier caso, con discapacidad o con problemas de salud mental, “estas personas son una especie de termómetro de nuestro modo de vida, su calidad de vida habla de la salud de nuestro sistema, su existencia pone a prueba nuestros cuidados. Son los maestros, las maestras que necesitamos para aprender a cuidar la vida de manera impecable”.
Las personas con discapacidad mental que viven en la cárcel se cuidan entre sí
Por todo ello T.O.T. siembra una flor de agradecimiento a los pies de las 120 personas, educadoras y educadores, del GREC (Grup d’Educadors de Carrer i Treball amb Menors), que apuestan día a día por mejorar la calidad de vida de jóvenes y sus familias en situación de dificultad o conflicto social, a los menores desamparados, a los reclusos… Y también a quienes acompañan, “porque son magnificas personas, porque nos enseñan, porque ellos viven más el día a día, se cuidan entre sí, en genuino soporte mutuo. Ellos me han hecho más humana, me han enseñado a ver la vida de manera menos superficial, a valorar lo que tengo y a comprender lo que puede llegar a costar tirar para delante”.
Y como sabe que las preguntas que se dejan en el aire muchas veces iluminan el camino, el umbral que quisiera que cruzáramos como humanidad es un interrogante: “¿De verdad tenemos tantas obligaciones? ¿De verdad que no podemos abrir un hueco en nuestra apretada agenda para el cuidado de un ser humano abandonado? ¿Dónde hemos dejado la fraternidad?”.
Puedes formar parte de este jardín
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