Donde navegan las almas desnudas

Lo acepto. No soy (al menos aún) de esas personas que logran contemplar la vida sin apego. Anoche logramos amarrar en el puerto de Molivos, lugar al que llegamos la primera vez en 2016, cuando este rincón de la isla seguía siendo un referente en la acogida de personas que huían del hambre y la guerra. Hoy somos el único velero en el muelle, el resto lo ocupan embarcaciones de vigilancia del dispositivo Frontex, concretamente dos lanchas portuguesas, una noruega y dos griegas.En un rincón del pequeño puerto adyacente se pudren dos frágiles embarcaciones, debieron ser las últimas que llegaron a esta costa procedentes de Turquía. Aquel año los restaurantes y bares se esmeraban en atender a los (pocos) turistas que querían disfrutar de una cena despreocupada junto al mar mientras que los últimos activistas oteaban la costa por la que seguían llegando las barcazas con migrantes, aunque ya de una en una. Anoche las mesas del puerto estaban desplegadas como si nunca hubiera pasado nada. Los comensales sonreían sumidos en una paz talada. Sentí el elocuente mutismo del tocón, que con su simple presencia recuerda dónde hubo un árbol frondoso. 

En 2015 las playas adyacentes de este lugar, uno de los puntos de Lesvos más próximos a la costa turca, era un hervidero de jóvenes desplazados de todo el mundo que encendían fuegos cada noche para que las embarcaciones encontraran un destino más amable y supieran que allí tendrían ropa seca y algún tipo de alimento al desembarcar. Su presencia cambió el ritmo de los negocios. De aquel ímpetu solidario sólo queda el nombre de un café, las escaleras que sirven de asiento a los guiris más ín… y la memoria de quienes vivieron aquellos días. Tomo el primer te de la mañana en un silencio de palabra talada que me impide contemplar el mar sin juicio. 

La memoria hace su trabajo

Hace un par de semanas se cumplió el primer año del incendio que asoló el campamento de Moria, el mayor campo de refugiados de Europa con casi 13.000 personas. Las autoridades reduplicaron el orden de las apariencias, escondiendo el polvo de la miseria debajo de la alfombra burocrática y a los muertos vivientes en el armario. Problema que no se ve, problema que no existe, parece ser el lema de nuestra era. Esta obsesión tan nuestra de higienizar la vida eliminando todo lo que nos incomoda aunque suponga acabar con la diversidad de la existencia también se aplica a los humanos. Lo que olvidan es que el polvo y los muertos son materia inerte, pero las personas amamos, nos multiplicamos, odiamos, imaginamos, gritamos… e incendiamos.

El infierno de Moria ardió provocado precisamente por los jóvenes que, después de cinco años de abandono, habían dejado de confiar en las autoridades europeas, sus burocracias y sus plazos. Además la COVID19 había empezado a causar numerosas bajas en el campamento, donde las medidas de aislamiento e higiene eran imposibles. El fuego visibilizó durante un tiempo aquel problema, ante las mentes dormidas de Europa. Hace años aprendí que el fuego en el que se inmolan las mujeres afganas para escapar del maltrato en casa (creyendo que morirán instantáneamente) tiene un valor que va más allá del suicidio: con esa luz en la que desean consumirse hacen visible el averno en el que viven. En el caso de las personas refugiadas en Moria la solución de las autoridades griegas y europeas fue redistribuirlas: unas fueron aisladas en Mavrovounim un antiguo campo militar, y otras desplazadas a campos de refugiados del continente. Como las islas son la alfombra y el armario del continente europeo, ahora se está construyendo un nuevo campamento para los seres humanos varados en la isla de Samos, una auténtica cárcel al aire libre según las personas de las ONGs que han podido entrar en él.

Huir sabiendo lo que el mar esconde

La voz del vendedor rompe el silencio. Su camioneta desciende hasta el fondo del puerto. El megáfono distorsiona las vocales y quiebra las consonantes, pero no importa, todos saben quién es y qué vende. Aprovecho este instante para volver a poner mi mirada en el azul en busca de un atisbo de ecuanimidad. Sé que su calma es excepcional, en los próximos días se irá rizando hasta hacerse insoportable. Hemos recorrido 130 millas en 48 horas con las velas desplegadas para dar esquinazo al temporal que ya está empezando a crearse en el canal. Huir de lo que aún no ha sucedido me resulta paradójico. En la vida terrestre dar esquinazo al futuro podría equivaler a prevenir, tomar precauciones, pero en el mar, gracias a los satélites y las nuevas tecnologías, guarecerse de los vientos que vendrán puede implicar una huida. Huimos en medio de la calma.

Lo que Lesvos esconde son esas casi 4.000 personas hacinadas en Mavrovouni. ¿Se puede esconder alguien de su propia memoria? El año que viene se cumplirán 100 años de lo que se conoce como “el genocidio griego”. Gran parte de los habitantes de esta isla son descendientes de aquellos griegos que tuvieron que abandonar sus hogares en Esmirna en 1922. La ciudad fue incendiada por las tropas turcas con la intención de expulsar a todos aquellos que no fueran otomanos, incluso acabar con ellos. Empezaron por los barrios armenio y sirio, pero el fuego se extendió hasta la orilla del mar. Nada me es ajeno. Estoy tomándome un té en ante un mar que está larvando vendavales, envuelta en un silencio talado y en un muelle en el que reina un orden impuesto. ¿Cómo sentirse a buen resguardo aquí sin que se te rompa el corazón? ¿Cómo lograr el desapego?

¿Cómo aman los pescadores?

Ahora un pequeño barco de pesca artesanal entra por la bocana del puerto. Distingo a bordo dos figuras masculinas. Año tras año vemos disminuir el número de estas barcas en Grecia, sus redes están cada vez más vacías. Desde hace unos días me pregunto por los estrechos lazos que deben de establecer los pescadores en una embarcación tan minúscula. La cercanía de la muerte pone a prueba la fragilidad y el apoyo mutuo. Día tras día, aunque no hablen, aunque no se cuenten verdades profundas, esos dos pescadores conocen la desnudez del alma de su compañero. 

Intuyo esa dimensión afectiva; a bordo del GoOn las personas también compartimos la incertidumbre, la fragilidad y lo desconocido. Cada miembro de la tripulación trae a bordo su universo en su pequeño petate. Día tras día vamos deshaciendo la maleta hasta la desnudez. Recuerdo ahora la ternura con la que M (con largos 60 años) explicaba a su hijo (con largos 40 años) como se hace un as de guía; comprendí que la magia de la paternidad puede durar toda la vida. Hablar durante horas con E de la partitura en la que puede convertirse un texto ha sido impagable, entre otras razones porque ¿cuántas de nuestras conversaciones giran en torno al tema del día y no a un enigma propio? Bi me recordó que en nuestra infancia podemos adquirir un nivel de compromiso que olvidamos cuando somos adultos. El cuidado del planeta es una forma de vivir y eso hace trascendentes las decisiones cotidianas, eso aprendo año tras año de Be. Algunas veces me he sorprendido pensando “qué bien ama esta persona, entran ganas de ser amada por ella, qué privilegio quienes se crucen en su camino”; claro que eso no garantiza que ellas sean bienamadas.

La mujer que hubiera hecho gozar de la roca a Sísifo

Si C. Laurel hubiera entrado en la vida de Sísifo, el héroe hubiera dejado de perseguir el infructuoso resultado de dejar aquella enorme piedra en la cumbre para atender a lo que sucedía durante el recorrido. Quizás, lejos de sufrir, el ciego Sísifo hubiera amado ese instante en el que la roca alcanzaba la cima porque era el motor de toda su experiencia. No sé si entonces ya podíamos intuir que el Universo tiende a la entropía, frente a ella cualquier manifestación de la vida es un monumento a un orden que siempre se está deshaciendo, como la roca rodando por la ladera. Todos los organismos vivos están altamente organizados, pero el suyo no es el orden mortal de la alfombra, del armario y la tala, sino de aquel vinculado con el equilibrio, que en los actos humanos se expresa en gratitud, respeto y amor. 

En el libro La simplicidad elegante que ahora estoy leyendo, Satish Kumar recuerda que “hubo una época, en la India, en la que la gente estudiaba las sesenta y cuatro artes de vivir, que incluían el arte de hacer la cama para la noche, de lavar y decorar tu cuerpo, ese hacer el amor (Kama Sutra), de cuidar de la familia, de encender el fuego, de orar en el tempo, de respirar, meditar, andar, bailar, pintar, construir una casa, cultivar alimentos, cocinar, fabricar muebles y mucho más”. C.Laurel es una de esas artistas y lo más gracioso es que no lo sabe. 

Una maleta llena de especias y colores

En los días en los que ha estado a bordo ha llenado el estante de la cocina con los pequeños botes en los que lleva todas sus especias (Pimienta de Aleppo, Garam Masala, Sumac, Zaatar, Comino, Ras el Hanout, Chipotle, Hinojo, Cúrcuma…). Ha creado pequeños estuches de aseo con las telas de colores que traía en la maleta para guardar el cepillo de dientes de madera y la pasta de dientes hecha con bicarbonato y agua oxigenada que nos ha regalado. Ha cosido un lazo para la cortina del baño de proa. Ha recuperado una bolsa de mil colores para convertirla en una panera nueva. Ha hilvanado pequeñas margaritas en las toallas de mano para revitalizarlas. Ha innovado nuestra dieta demostrando que con poco se pueden hacer maravillas culinarias. Ha reciclado botellas de plástico para hacer jarrones en los que colocar las flores que encontraba en sus paseos por tierra. Y, en el último día, ha dejado sus jabones de aceite de oliva para que la nueva tripulación se asee sin contaminar el mar. C.Laurel. ordena la entropía con sus manos sabiendo que al día siguiente volverá a hacer acto de presencia.

Como hacían nuestras abuelas cuando cosían en compañía de sus amigas, ella con su aguja y yo con mis lápices de colores hemos ido contándonos la vida después de años de no compartirla. Las mujeres llevamos en nuestro ADN la complicidad de las comadres.  Somos amigas, no sé si como los dos pescadores que entraban por la bocana del puerto. He escrito en Instagram que “su presencia a bordo ha iluminado el jardín en el que germina el amor por mis hermanas de la vida. Sin darme cuenta, enlazadas a nuestras cuitas, han ido subiendo a bordo una a una hasta formar una tierna, alegre y salvaje tripulación invisible”. En los grandes espacios de silencio que pueden crearse durante una navegación, ellas aparecen, en un bullicio de espuma y sal. Palpitan entre las frases que nos intercambiamos C.Laurel y yo.

El orden del mundo según C. Laurel

En mi cuaderno de bitácora he ido escribiendo:

“Cuidados de la piel con productos naturales, sencillos y asequibles, by C.Laurel.”

“Cómo potenciar el sistema inmunológico a través de la alimentación, by C.Laurel.”

“Cómo elaborar productos de limpieza respetuosos con el medio ambiente, by C.Laurel.”

“Cómo hacer la cocina más higiénica y ahorrar consumo energético, by C.Laurel.”

“Cómo cocinar para la semana de forma saludable en poco tiempo, by C.Laurel.”

“Cómo guardar los alimentos en la nevera para que se conserven más tiempo, by C.Laurel.”…

La imagino hoy extendiendo el mantel que siempre lleva con ella sobre cualquier superficie del camino, sacando de su bolso un estuche con higos y queso y su termo de té caliente con la mirada dispuesta a abrazar con alegría lo desconocido. 

Nada, que no hay manera de contemplar el azul con desapego.