Regreso a la isla secuestrada (una crónica escrita desde el infierno)

Escribo esta última crónica náutica desde uno de esos espacios que la Industria arrebató a la Administración Pública a golpe de favores y talones y que ésta a su vez sustrajo a la ciudadanía, que antes se apropió de la tierra, privando de su uso a los seres vivos que la habitaban (incluidos los humanos indocumentados). Quiero describirlo antes de revelar su nombre para tomar conciencia sin juicios preconcebidos de qué sucede cuando nuestro entorno se ha convertido en un recinto marcado por unas normas en cuya redacción ni siquiera hemos participado.

El orden de los factores no afecta al producto, comienzo por el más visceral:

  • En este lugar en el que escribo la mayoría de los alimentos son transgénicos, ultraprocesados, cargados de sustancias adictivas y conservantes.
  • Nuestros movimientos están sometidos, unas veces a las leyes del bazar (es decir, del mercado), otras a las órdenes de las fuerzas de orden público y de seguridad, que imponen su criterio sobre cualquier derecho en nombre de una potencial amenaza.
  • El tiempo está regulado caprichosamente por entidades sin rostro que moldean nuestro destino según su acomodo.
  • El orden de clases está regido por los privilegios de quienes puedan pagar más por su bienestar con la voluntaria participación de los menos privilegiados.
  • Gran parte de quienes trabajan en este lugar desarrollan su labor sin ver la luz natural, de este modo se asegura su producción, adaptada al compás de esta gran maquinaria y no de los ritmos circadianos.
  • Las personas que entramos (voluntariamente) en este lugar nos movemos impulsadas por nuestro deseo (que las industrias sobreexcitan constantemente) o por nuestra necesidad (que ningunean).
  • Hemos integrado las reglas de este juego que logra suplantar a la vida con tanta naturalidad que nos saturamos en sus superficies pulidas e higienizadas sin darnos cuenta que nos acumulamos como bolsas de basura en un contenedor.

Este triste y estridente espacio clonado

Este particular infierno desde el que ahora escribo después de semanas viviendo sobre el azul es el mismo con el que me recibirá una de las islas más superpobladas del Mediterráneo: Mallorca. Los dueños de este infierno disimularán su naturaleza con muy buenos modales y exclamarán solemnemente: “señora, lady, madamme… bienvenida al paraíso”.

Este triste y estridente espacio clonado en tantos lugares de este planeta, esta parcela que hace cientos de años fue vivible tiene un nombre concreto: aeropuerto. Su existencia es una pizca elocuente de lo que sucede en un territorio mayor como es una isla, incluso un planeta entero: hasta donde puede llegar la expropiación del territorio. Nos debería servir no sólo como espacio de tránsito inapelable para nuestro tan celebrado nomadismo sino como un recordatorio imprescindible sobre lo que sucede cuando un espacio limitado como es una isla queda en manos de la industria, ya sea la aeronáutica, la turística, la de la construcción…

No extraña el “malestar” de quienes habitamos en ella, esa forma psicológica de reducir al ámbito de lo personal e individual lo que es un problema colectivo y fundamentalmente político. Quienes vivimos en estas ínsulas secuestradas nos hemos ido adaptando a las reglas del juego neoliberal de forma paulatina hasta terminar sintiendo el agobio necesario con el que creamos un “nosotros” desorientado y sin embargo absolutamente legítimo. Salimos a la calle para clamar el derecho a respirar, así de básico. Intentando señalar el pie que nos pisa el cuello nombramos a esa industria que ya somos capaces de reconocer como malhechora, tras la que se esconde un puñado indefinido de intereses: la industria turística. Quizás sea el karma que deba de pagar por haber instalado en el inconsciente colectivo la afirmación de que “Mallorca vive del turismo”, cuando nunca fue del todo cierto. Digamos que hemos hecho un mal resumen de un libro que está constantemente reescribiéndose, el de la economía de las Islas Baleares, y nos dedicamos a pasarnos los apuntes sin haber ni tan siquiera hojeado las nuevas ediciones.

No es monocultivo, se trata de latifundios

Hace unos años hubo voces críticas que afirmaron que el turismo es un monocultivo en Baleares. La imagen fue y es tan buena (sobre todo teniendo en cuenta que Mallorca tiene un pasado económico agrario del que aún se conservan sus restos aunque con otros fines) que sigue viva. Pero a esa idea feliz le hace falta pinchar hueso si quiere encarnarse en un cambio necesario. 

Más que monocultivo digamos que el rasgo común de las islas más explotadas del Mediterráneo es que su territorio se ha dividido en grandes latifundios. Uno de ellos está en manos, innegablemente, de la industria turística, que se ha convertido en “el niño de los azotes” de nuestras movilizaciones, como suele decir el capitán. Se nos olvida que existe otro latifundio cuya dueña no se nombra a pesar de ser evidente: la Industria de la construcción.

En el primer decenio del siglo XXI, que es cuando empecé a hacerme isleña, encontré en Mallorca un intenso movimiento ciudadano que lograba parar construcciones y que se rebelaba contra el boom inmobiliario. ¿Qué apisonadora ha pasado desde entonces que ahora no parece que haya energía (ya no digo interés) para asomarse a este latifundio? 

Un collar de preguntas

¿Una crisis económica en la que la ciudadanía tuvo que “salvar” hasta el desfallecimiento a las industrias que oficialmente les daban de comer? ¿Un potentísimo movimiento anti-desahucio que dejó de ser noticia y, por tanto, de ser aplaudido por el público? ¿El boom del alquiler vacacional que se reveló ante las economías moribundas como el milagro resurreccional? ¿Una redistribución del dinero que otorga más poder a los más ricos mientras esclaviza cada vez a más personas, hasta el punto que les venden todo lo que tienen para no morir asfixiadas? ¿O es que, como humanos, nos cuesta defendernos de entidades sin rostro y des-localizadas, como la industria financiera, que es la que mueve los hilos del mercado inmobiliario? ¿Puede ser que a estas alturas el territorio haya dejado de ser el suelo en el que pisamos aquí y ahora para convertirse en una especulación más del mercado de futuros… que no son nuestros?

Dejamos atrás Evia, una isla griega cuya extensión es similar a Mallorca pero que está habitada por una quinta parte de la población de Palma. ¿Puede servirnos como referente de dónde vivimos y cómo lo hacemos?

Logremos que el territorio vuelva a ser tierra

No sé cuántos eslabones de esta cadena de esclavitud separan ambas islas, solo puedo afirmar lo siguiente: en el Mediterráneo no solo existe un Norte/Sur global que define nuestras economías sino también un Este/Oeste que marca el ritmo de apropiación del territorio y que está en manos de diferentes industrias, no sólo la turística.  No es que les exima de su responsabilidad, pero si no nos paramos a desintoxicar nuestro imaginario, el dicho “vendrán otros y nos harán mejores” se hará realidad. Mientras seguimos exigiendo que el poder político regule el comportamiento de la industria turística, la de la construcción y la financiera rebañarán nuestros rincones convirtiéndonos en habitantes del infierno. 

Escribir esta crónica, la última de nuestra travesía en el GoOn, desde uno de los varios aeropuertos que deberemos de atravesar para llegar a nuestro nido terrestre es una verdad incómoda, lo que no significa que sea un despertador. El sueño del que debemos despertar no está en el mar sino en este pulido suelo que piso ahora. 

Logremos que el territorio vuelva a ser tierra fértil y que el azul nos acoja.